Liburu ez argitaratuaren azala |
Urriaren 5eko data esanguratsua da
Arrasaten. Urteetan gora eginda, 1934an jartzen gara, Urriko Iraultzaren
egunean, hain zuzen. Egun hartan Jesus Trincado UGTko kideak esku hartu zuen
gertaeretan. Eta berak kontatu zidan bere esperientzia hura, elkarrekin burutu
genuen bere biografian. “Bizi izan juat” liburuan (2000) garbi utzi nahi izan
zuen bere ikuspuntua. Ondoko lerroetan bere hitzak jartzen ditut, hain zuzen
ere liburu haren espainierazko bertsio ez argitaratuan agertzen diren moduan.
En el camino nos cruzamos con mi ayudante de la fábrica y
otros miembros de UGT. A las seis de la mañana del día siguiente oí las
primeras explosiones. Estaban lanzando artefactos hechos a mano desde el tejado
de una casa cercana al cuartel de la guardia civil. Fui a la Casa del Pueblo.
Para entonces tenían presos a un montón de carlistas a fin de que no cogieran
las armas. Antes de llegar a la sede socialista oí un tiro y nada más entrar me
encontré con Celestino Uriarte hablando con un compañero acerca de que se le
había disparado la escopeta por no saber manejarla. Uriarte puso la escopeta en
mis manos y me envió a la Plaza del Pueblo.
Olarte kalea. San Francisco elizaren ezkerraldean, Marcelino Orejaren etxea |
Yo no tenía enemigos, o por lo menos eso era lo que
creía. Estando en la Plaza, vi a un amigo de los tiempos de la escuela de Txorta,
Pedro Azkarraga, dirigiéndose al Círculo, siendo carlista como era. Me acerqué
a él y le informé en el portal de la situación del momento. Le aconsejé que se
fuera a casa. Y eso fue lo que mi amigo hizo, después de despedirnos con un
abrazo. Cuando a las ocho de la mañana enviaron el relevo, me dirigí a la Casa
del Pueblo y una vez allí me remitieron junto a otros a detener a Marcelino
Oreja, el “jabalí”.
Fui con precaución, pues pensaba que estaría con sus
guardaespaldas. Semanas atrás, Oreja había dicho que los de UGT íbamos a comer
hierba, y desde entonces las cosas no pintaban muy bien para él. Pero cuál fue
nuestra sorpresa cuando lo vimos bajar por las escaleras con su mujer... y casi
nos convenció de que era un ángel gordo y sin ningún peligro.
Casa del Pueblo zegoen eraikina |
Poco más tarde supe que, junto a Oreja también se
encontraban en la secretaría Dagoberto Resusta y Ricardo Azkoaga. El hecho de
mezclar a estos dos últimos con el director de la fábrica me causó estupor,
pues allí podía ocurrir cualquier cosa. Hablé con Celestino Uriarte y le di
razones para no mantener a los tres juntos. Tras escuchar mis palabras Uriarte
me ordenó que trasladara a Dagoberto y Ricardo a otro lugar. Justamente iba a
hacerlo cuando apareció Juanito Sanverde avisando que desde
Vitoria se acercaban tres camiones de soldados.
Alborotados por tal aviso, en la puerta del Trinquete se
organizó una especie de representación teatral de resistencia disparatada, y
entre algunos volcaron un camión para escudarse tras él y organizar la defensa
de la Casa de Pueblo. No se dieron cuenta de que con aquella acción estaban
construyendo una ratonera para todos nosotros. Entonces apareció el peligroso
fanático, trayéndose con él a los tres detenidos, y preguntó a Celestino:
–¿Qué vamos a hacer con éstos?
–Llévalos de nuevo y...
Celes no sabía nada de estrategia militar, ni siquiera
había hecho el servicio militar.
Ante el repugnante crimen, quedé sumido en la
desesperación, sin palabras, pues la ola me había pillado en medio de la
intervención armada y a pesar de que quise actuar como un hombre, mi esfuerzo
no sirvió de nada. Sentí profundamente la muerte de Dagoberto; el recuerdo de Dago me
transportaba al día de mi primera comunión, pues fue el autor de la única foto
que me hicieron en la celebración.
La muerte de Oreja no me resultó tan dura, ya que siempre
había arremetido contra los trabajadores y yo, desde mi afiliación a UGT, no
podía aceptar una actitud tan despreciable. El despido de Lafitte había que
achacárselo a Oreja. En cambio, al saber que Ricardo Azkoaga había podido
escapar, me embargó la alegría. Creo que Azkoaga me apreciaba y, si mal no
recuerdo, fue él quien habló bien de mí en el Consejo de Administración
diciendo que tenía capacidad para desempeñarnuevas y mejores tareas. Dos
muertes y, ante todo, una frustración: estaba claro que el camino de la
violencia no nos llevaría a ninguna parte.
Herriko plaza, bere kioskoarekin |
Al parecer, aquel desgraciado día de Octubre, y mientras
yo hacía guardia, estuvieron vigilándome desde las ventanas y balcones de
Erdiko Kale e Iturriotz. Tres personas presentaron denuncia contra mí, diciendo
haberme visto armado con un fusil. Uno de ellos, cuyo nombre no voy a citar
pero sí diré que quedó exento del servicio militar por ser el único soporte familiar,
no sabía distinguir entre un fusil y una escopeta de caza de dos cañones del
calibre 12. El segundo, que por entonces era un muchacho, confundió un Mauser y
una escopeta.
El tercero era Ignacio Chacón, ingeniero de la fábrica.
Era católico y apostólico y nunca hubiera pensado que podría reaccionar tan
ciegamente en mi contra. Vino a la cárcel de Guadalupe a preguntarme si cierto
plano que habían requisado a alguien del pueblo era obra mía. Al parecer, según
el profesor de dibujo, exceptuándome a mí, en el pueblo no había nadie capaz de
hacer un plano tan exacto, y eso era lo que quería comprobar. Así las cosas,
debido a mi paternidad sobre un plano, algo que nunca pudieron demostrar, me clasificaron entre las nueve personas más peligrosas
del pueblo.
Después de aquella descabellada acción del 5 de Octubre,
huimos al monte, temerosos de los soldados que llegaban desde Vitoria. Pero al
día siguiente, al no contar con infraestructura alguna para resistir, nos
entregamos, pues los incidentes se habían desbordado repentinamente.
Antes de enviarnos al fuerte de Guadalupe, nos retuvieron
unos días en la cárcel del pueblo.
Al mismo tiempo, llevaron al fuerte desde Bilbao a un buen número de presos
comunes, con la intención de mezclarlos entre nosotros y hacernos la estancia
lo más dura posible”
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