maiatza 27, 2020

ARRASATEKO FUTBOLA 1949-50 DENBORALDIAN



Txoko honetan bilbatzen ari naizen Arrasateko futbolaren historiarekin jarraituz, egin dezagun jauzi bat eta goazen hirurogeita hamar urte atzerago. 1949-50 denboraldian Juventud Deportiva Mondragon Arrasateko futbol
Ikus, behean, alineazioa
taldeak “Preferente” mailan jokatu zuen eta ligan laugarrena izan zen, Eibar, Tolosa eta Villafrankaren ostean. Ondorioz,  hirugarren mailara igotzeko ligaxka jokatu zuten “sarrailagileek”.  Getxoren kontra egokitu zitzaion lehen eta azken  kanporaketa, eta lehen partidua Iturripen 1950eko apirilaren 2an jokatu zen.
 

Migel  Vidarte “Elcho” kritikoak honako kronika hau publikatu zuen, La Voz de España egunkarian, 1950eko apirilaren 4an. Hasiera espektakularra da, donostiar estilo hutsean: hiriburutik Arrasaterainoko bidea luze eta eragozpentsua ei zen, New Yorkerainokoaren antzerakoa. Demasa! 

“La verdad es que el largo desplazamiento – largo porque las molestias se hacen como si fuera Nueva York- a Mondragón no merecía aquel insípido encuentro que nos depararon Mondragón y Guecho, en el que resultó difícil destacar una sola jugada aceptable. Quizás aquel buen remate de cabeza de Balzátegui en la segunda parte, que estuvo a punto de batir a Arbide. Empero el patadón adelante, sin control al sentido mínimo de la precisión en el pase, buscando nada más que el acercarse al marco contrario de cualquier forma. 

Es muy probable, cabe admitirlo a quienes conocemos la valía del conjunto, que la pronta lesión de Tololo, convertido en figura
Zubizarreta "Tololo"
decorativa a los seis minutos de juego, desorganizaría al Mondragón de aquella forma, que ayer le llevó a deambular sin orden ni control. Porque Divino de interior no acertó a ocupar el interior y a Errasti III le va mejor la posición adelantada, en la que puede sacar fruto de su destreza y habilidad para el regate. Con estos “huecos” quedó en el centro del terreno una zona que no acertaron a cubrir Eguidazu y Bolinaga, dando lugar a que se impusieran sus antagonistas, que si no sacaron mayor provecho de la oportunidad debióse a su endeblez técnica.
 

Pero si en el Mondragón puede alegarse esa lesión como justificación a la mala tarde, no caben paliativos para el Guecho, con el mismo equipo casi que actúa en Tercera División, y sin un solo destello de calidad. Todos sus hombres evidenciaron buena consistencia técnica, al par que excelente fondo y buen toque, pero no acertaron en ningún momento a articular juego. Desde luego, por lo exhibido ayer, tranquilo puede esperar el Eibar la liguilla final, ya que en razón a su menor categoría cabe esperar que el Basconia sea inferior al Guecho. ¡Y peor que éste...!

Zeziaga "Divino II"
En la mediocridad absoluta descolló con más fuerza que inteligente accionar de Errasti III, con maneras de jugador de clase, a quien hemos de recomendar deje a un lado el afán de lucimiento individual. Ya en plano más bajo, los tres defensas, y de ellos el más completo, Arregui. ¿Y el Guecho? Comenzó bien Ibarra, pero luego pareció apagarse y solo quedan en la retina algunos destellos de Lasuen y Rodríguez. El portero Arbide, al igual que su colega de enfrente, Arizaga, demostró una inseguridad elevada al cubo… 

A los cinco minutos marcó el Mondragón por mediación de Balzátegui que desvió, de cabeza, un chut a puerta de Eguidazu. Y a los 12 Ibarra, aprovechando el “pánico” de Arizaga a interceptar una bombeada de Lasuen, conseguía la igualada. Cuando parecía que el encuentro iba a finalizar con el empate y siete minutos después de que se retirara definitivamente Tololo, a los 40 de la segunda parte los vizcaínos consiguieron el segundo tanto. La  defensa mondragonesa desvió con la mano el balón, saliendo a “corner” señalando el árbitro saque de esquina. Pero alborotados los guechotarras, el árbitro rectificó su fallo, convirtiéndolo en la máxima falta, que Aguiriano ejecutó de forma incomparable. Y no merece más comentario este encuentro que llevó a Iturripe buen número de espectadores y registró las siguientes alineaciones: 

MONDRAGON: Arizaga; Errasti I, Arregui, Uribarren; Eguidazu, Bolinaga; Divino, Tololo, Balzátegui, Errasti III y Zubillaga. 

GUECHO: Arbide; Eléxpuru, Rodríguez, Aguiriano; Landeta, Erdocia, Lloza, Lasuen, Tini, Arteche e Ibarra” 

“Elcho”k ez zuen idatzi, handik lau egunetara
Egidazu "Kurri"
Diario Vascok zekarren intzidentziari buruz. Eta merezi du hona aldatzeak 1950eko apirilaren 8an aipatu egunkarian, Bilbotik bidalitako eskutitzean esaten zena:
 

“Bilbao, 4 de abril de 1950. En El DV de hoy y con el comentario del partido entre el Guecho y el Mondragón, se aprecia que fueron alineados con el campeón vizcaíno de “aficionados” los jugadores Landeta, Arteche y Tini, que pertenecen al Atlético de Bilbao como profesionales, lo que es del dominio público en toda Vizcaya. Por si fuera poco, en la “Gaceta del Norte” de esta fecha y con motivo del pequeño artículo “Hoy se despide Ategorri”, aparece la convocatoria de los citados jugadores del Atlético, considerados como parte de “sus mejores elementos”.
¿No se trata de una manifiesta falsificación del concepto de “aficionados”? ¿Son jugadores del Atlético o de Guecho? Si son efectivamente profesionales al servicio del Atlético, su alineación resulta indebida, a pesar de la ficha azul que hayan exhibido. Y si son del Guecho ¿por qué el Atlético los convoca y los alinea reiteradamente? 

Por bien del fútbol aficionado, creo que debe impugnarse la alineación de estos tres jugadores y, en consecuencia, recabar para el Mondragón la clasificación correspondiente a esta eliminatoria” 

Inpugnazioa, egin bazen ere, ez zen aurrera atera eta “sarrailagileak” kanporatuta geratu ziren. A! Eta “Elcho”k asmatu egin zuen: Eibar izan zen ligaxkako irabazlea, hirugarren mailara igoz.

Goiko argazkiaren oina: 1949-50 denboraldiko partidu batean (1949-10-02) Pasajesen kontra Atotxan atera zen hamaikakoa: zutik Bolinaga, Arregi,Uribarren, Balzategi, Egidazu, Errasti I; makurtuta Divino II, Arregi,Balzategi, Errasti III, Guridi "Ziriles"

Argazkiak. JMVM, Jose Ignazio Zaitegi, 

Arrasateko futbolari buruz, gehiago:
https://txemax3.blogspot.com/2022/01/futbola-arrasaten-istorioak.html
 

maiatza 20, 2020

GOMEZ DE AVELLANEDA SANTA AGEDAN ETA ARAMAION. Literatur-lanak



Gertrudis Gomez de Avellaneda

Uribarriko eliza
Gertrudis Gomez de Avellaneda Arteaga poetisa kubatar-espainiarra izan nuen idazgaia aurreko batean eta agindu nuen beste ekarpean batean Santa Agedan 1857ko abuztuan egon zen bitarteko haren ekarpen literarioaren lagintxo bat ekarriko nuela txoko honetara. Eta gaurkoan bete nahi dut agindutakoa. Goazen, bada. Bi izango dira: poema bat eta ipuin (legenda) bat. 
Aurrenekoari, “Paisaje guipuzcoano”

tituluarekin ohartxo bat jarri zion Avellanedak: "Esta composicion fue hecha por la autora yendo a visitar, a pie, con su marido, la ermita de Nuestra Señora de la Esperanza, en Uribarri, desde los baños de Santa Agueda” (1) Aurreko ekarpenenan nioen bezala Gertrudisen senarra, Domingo Verdugo politiko eta militarra zen. Irakur dezagun, beraz, poema, Uribarriko elizara egindako bidaian sortua:

Suspende, mi caro amigo,
tus pasos por un instante:
no está la ermita distante,
y apenas las cinco son.
Ven a admirar bajo el toldo
de aquellos verdes ramajes—
los pintorescos paisajes

de esta encantada región. 

Mira a tus pies ese río,
cuyas herbosas orillas
millones de florecillas
cubren, difundiendo olor;
y desde el borde escarpado
oye las mansas corrientes
deslizarse transparentes

con soñoliento rumor. 

Hileras de álamos blancos,
que el hondo cauce sombrean,
sus altas copas cimbrean
del viento al soplo fugaz;
mientras pescan silenciosos,
con luengas cañas y anzuelos,
dos vigorosos chicuelos

de viva y morena faz. 

Mira en torno cual se extienden
cuadros de trigos dorados,
por ricas franjas cortados
de verde-oscuro maíz;

y esos tan varios helechos 
fieles hijos de las sombras—
que prestan al bosque alfombras

de primoroso matiz. 

¿Ves allá los caseríos 
que siembran el valle a trechos—
levantar sus rojos techos

de entre el verde castañar?
¿Ves cuál visten sus paredes
de parra lindos festones,
y cómo van los gorriones

sus racimos a picar? 

Mas que ya las chimeneas
despiden humo, repara,
anunciando se prepara
la cena del segador;
y a las vacas lentamente
mira bajar de esos cerros,
llamando con sus cencerros

al perezoso pastor. 

Mas, ¡oh, ve! también desciende,
saltando por entre breñas,
turba de niñas risueñas
que acá parece venir.
Sí; no hay duda, ramilletes
nos ofrecen con empeño...
¿Comprendes tú, caro dueño,

lo que nos quieren decir? 

¡Ah!, sabe que esos perfumes,
que rinden cual homenaje,
solo son mudo lenguaje
de un triste y constante afán;
pues —con rara poesía—
el mendigo guipuzcoano,
cubre de flores la mano

que tiende pidiendo pan. 

Acepta al punto, ¡querido!
¿quién hay que negarse pueda
a cambiar una moneda
por cada hermoso clavel?
Venid, niñas, cada tarde;
yo en el trueque me intereso,
y si al ramo unís un beso

garante os salgo de él. 

¡Pero no entienden!... ¡Se alejan!
Mira por esos barrancos
saltar, desnudos y blancos,
sus breves y lindos pies...
Se detienen, se sonríen
viendo en mi pecho sus ramos,
y ligeras como gamos

desaparecen después. 

Mientras tanto las montañas
sus picachos desiguales
van envolviendo en cendales
de gualda, azul y arrebol,

y en su carro majestuoso 
—surcando el tibio occidente—
hunde a su espalda la frente,

cansado de vida, el sol. 

A su postrera mirada
y a su postrera sonrisa,
suspiros vuelve la brisa,
perfumes vuelve la flor,
y llanto puro los cielos
vierten en el valle umbrío,
que lo convierte en rocío

de delicioso frescor. 

¡Oh, mira! Ya por las faldas,
que cubren altos castaños,
bajando van los rebaños
para acogerse al redil...
Ya los niños sus anzuelos
han recogido y su pesca,
y se van armando gresca

con regocijo infantil. 

Oso poema polita iruditu zait, Uribarriko Santutxoren ondoan sortua. Zenbat gauza eder idatzi da Arrasatez -hizkuntza desberdinetan- eta zer gutxi dakigu haietaz!

Bigarren lan literarioa, ziurrenik Aramaiora egindako bisitan sortutakoa da. Avellanedaren eskutitzen arabera, badirudi Aramaioko Bainu Etxean ere egon zela zenbait egunez, urak hartzen (2). Gomez de Avellaneda andrea euskal jatorrikoa zen eta bere literaturan horren testigantza uzten du nahiko madu zabalean. Ondoko ipuinean, Aramaion entzungo zuen legenda baten bertsio literarioa da. “La dama de Amboto”

“Conocéis, queridos lectores, las pintorescas Provincias Vascongadas? Y si tenéis esa dicha, ¿recordáis la elevadísima peña llamada Amboto, que sirve de corona a la montaña de Echaguen? ¡Oh! de seguro os llamaría la atención esa singularidad de tener la cima un nombre diferente al de la montaña de que forma parte. Pues bien, yo voy a contaros la dramática historia que prestó fundamento a la mencionada rareza.  

Sabed que existía en aquella altura, hace ya mucho tiempo — la tradición no determina más — un soberbio castillo, perteneciente a la ilustre familia de los Urracas. El penúltimo señor de aquella antigua casa solariega tuvo de su primer matrimonio una hija única, notablemente bella, que fue llamada María; y a quien durante diez años consideraron todos como feliz heredera de los ricos dominios patrimoniales.

Sucedió, empero, que un segundo himeneo inesperado la dio — al cabo de dicho tiempo — robusto y hermosísimo hermano, cuya venida al mundo anuló por completo los derechos de María; porque, según las condiciones de los bienes vinculados en aquella familia, sólo por falta de sucesión masculina podían recaer aquéllos en una hembra. 

Tal era el espíritu de la época de que hablamos: el sexo menos fuerte era desheredado sin piedad, y muchas veces se le condenaba a la perpetua clausura de un monasterio, para que el varonil representante de la casa no tuviera ni aun el cuidado de proporcionarle aceptable colocación o módicos alimentos.

María Urraca no fue, al menos, compelida a semejante sacrificio; pues, si la quiso mucho su buen padre, aun obtuvo más entrañable afecto del hermano que plugo al cielo darla, y que — a los diez y siete años, en que perdió a los autores de su vida, — se vio dueño de considerable fortuna y jefe de la familia.
Era, además, el joven D. Pedro persona simpática y amabilísima, que merecía en todos conceptos primer lugar en el corazón de María; pero la voz pública censuraba a ésta como un tanto esquiva y uraña, siendo indudable que el carácter melancólico de la hermosa dama la constituía en voluntario aislamiento, aunque viviendo al lado de un deferente y cariñoso hermano.

A querer dejarlo, se hubiera establecido tomando esposo, que no podía faltarle, siendo — como era — gallardísima y virtuosa; pero iba a cumplir veinte y ocho años, sin que jamás se la sospechara preferencia por ninguno de sus pretendienses; ya fuese por no haber entre ellos quien satisfaciera su ambición, que aspirase a más altura; ya porque en su orgullo desmedido nada le bastase sin la independencia y el señorío por derecho propio, para que se consideraba nacida. 

De todos modos, parecía evidente que María de Urraca se rebelaba en su interior contra la injusticia de los privilegios concedidos al sexo varonil, y que depender de un hermano menor, o de un marido vulgar, eran para ella — llamada por el cielo a ser libre y poderosa — igualmente difícil y humillante. Tanto era así, que su melancolía y displicencia no tardó en convertirse en amargura y aspereza; por manera que se consideró un triunfo de D. Pedro el que lograse alcanzar — cierto día — se prestase a tomar parte la misantrópica beldad en una alegre batida, en que le acompañaban varios nobles amigos. 

Lucía serena una mañana de otoño, cuando los sones de las cornamusas y trompetas anunciaron a los habitantes del valle la salida de los ilustres cazadores, y rápidamente se agolpó curiosa multitud para contemplar la brillante cabalgata; en cuyo centro descollaban el joven caballero D. Pedro y su bella hermana María, rigiendo el primero — a fuerza de destreza — fogoso corcel de color de ébano, la otra blanco palafrén, dócil a su mano delicada. 

Etxaguen eta, hondoan, Anboto
Tiempo hacia que no brillaba en el perfecto semblante de la noble doncella la viva animación que entonces la hermoseaba; pero al admirarla, no era posible dejar de sentir que había algo de febril en la mirada fulgurante de sus grandes ojos pardos, algo de siniestro en la expresión extraordinaria, de su fisonomía encantadora. 

La batida comienza felizmente: pronto el valor y la habilidad de los monteros se ostenta con numerosos hechos; pero ninguno merece tanto aplauso como el de haber sido herido mortalmente por la diestra de la bella cazadora un jabalí corpulento. En medio de los vítores que resuenan por todas partes, reúne el animal el resto de sus fuerzas y se lanza por entre las breñas, dejando en su carrera ancho surco de sangre. Veloz le sigue su perseguidora, y queriendo D. Pedro dejarle íntegros los honores del triunfo sobre aquel enemigo ya casi moribundo, manda a la comitiva que se detenga, corriendo él solo en seguimiento de la denodada amazona. 

Pero ¿adónde se dirige ésta? Su blanco caballo — como poseído por el frenético demonio que hizo entrar en el cuerpo del de Angélica el nigromante que nos pinta Ariosto — parece rebelarse contra la hermosa mano que hasta aquel instante ha respetado sumiso, y trepando peñas, salvando precipicios, se pierde pronto de vista entre los vericuetos y barrancos. 

Don Pedro, sin embargo, corre siempre en pos de su querida María, y desaparece, como ella, ante la asustada comitiva, que ha contemplado con asombro aquella carrera singular. 

En el mismo instante, y por fatal coincidencia, horrible tempestad se desata repentinamente. 

El firmamento se cubre de negros nubarrones, que envuelven en sus densos pliegues las cimas de las montañas; cruzan entre ellas los relámpagos como serpientes de fuego; retiemblan seculares árboles al rudo impulso del viento silbador; retumba pavoroso el trueno por los montes y los valles, y todos huyen despavoridos, buscando albergue que los defienda de aquellas iras del cielo. 

Las gentes del castillo vuelven a entrar en él desordenadamente, creyendo que hallarán allí a sus señores, pues suponen se les habrán adelantado; pero no es así. Salen entonces en busca suya los más adictos sirvientes, a pesar de lo horrible de la tempestad, que continúa, y todos los demás aguardan inquietos una hora y otra hora ¡En balde! — La noche cubre la tierra con sus profundas sombras, y aún no ha vuelto el querido D. Pedro al alcázar de sus mayores. 

María llega entonces — sola y desmelenada — a aquellos nobles umbrales; bastando ver la palidez de su frente y el extravío de su mirada, para inferir la catástrofe que confirman después sus balbucientes labios. |Sí! no puede quedar duda. El joven caballero ha sido precipitado por su corcel impetuoso en un profundísimo barranco, a cuyo borde tenía que caminar algún trecho para llegar al castillo, por el escabroso sendero que había tomado con su hermana.

AI día siguiente fue sacado del abismo el sangriento cadáver, y — ¡cosa extraña! — se vio que el caballo tenía traspasado el pecho por un largo venablo. 

Esta circunstancia inexplicable dio que hablar a las gentes muchos días; pero luego la atención general se fijó únicamente en la hermosa heredera del difunto, que no tarda en verse asediada por encumbrados adoradores. 

Poseedora de los pingües dominios de una familia opulenta, de la que quedaba siendo único vástago; en la flor de la edad; radiante de belleza; cercada de homenajes; ostentando a su placer el fausto que convenía a su rango; María de Urraca mira al fin realizados los ensueños delirantes que constituyeron quizá su secreto martirio. ¿Por qué, pues, no vuelven las rosas a sus pálidas mejillas? ¿Por qué ha desaparecido para siempre de sus labios la sonrisa del placer, y de sus brillantes ojos la tranquila mirada de la inocencia feliz? Misteriosa enfermedad devora sin duda aquella juvenil vida... pero en vano se consulta a los más célebres médicos de Álava, de Guipúzcoa y de Vizcaya; la ciencia es impotente contra un mal desconocido. 


Nada se logra tampoco con los banquetes suntuosos; nada con las diversiones que se llaman, aún no concluido el duelo, al castillo de la montaña. María, que parece apetecerlas con febril avidez, no alcanza nunca a gozarlas. A lo mejor, en medio de los festines y saraos, cubre sombría nube la soberbia frente de la bella castellana; se contraen sus labios; se turba su mirada; recorre sus miembros inexplicable temblor y aun hay quien asegura que suele extender las manos con un grito de espanto, como si rechazase algún objeto horrible, que viniera a perseguirla en el seno mismo de la felicidad.  

Sucede también que pasa muchos días sin querer recibir a nadie, esquivando aquellas mismas distracciones que busca otras veces afanosa. Y ¿qué es lo que hace la joven en sus días de soledad? En vano fuera preguntárselo a nadie: sus sirvientes callan consternados, y todo lo que pueden alcanzar la curiosidad o el interés afectuoso, es la observación de que — después de tales días — la aureola cárdena que se dibuja con frecuencia en torno de los ojos de María, se presenta más oscura y profunda; que su enflaquecimiento se ha hecho más notable; más torva su mirada; más penosa su respiración; más frecuentes sus estremecimientos convulsivos. 

Los pretendientes no desmayan, sin embargo. ¡Puede el amor obrar tantos prodigios! La extraña enfermedad que consume a María quizá se calme y se disipe entre los goces de un dichoso himeneo. Con esta esperanza halagüeña, redoblan atenciones, acumulan obsequios, prodigan ternezas y suspiros los aspirantes a su mano. Mas ¡ay! cuando principian a creer va a decidirse al cabo la elección de la dama, amanece, desgraciadamente para ellos, un día solemne y memorable: el del triste aniversario de la muerte de D. Pedro. 

Los criados del castillo se han vestido de luto; las misas y las preces no han cesado en la capilla. María, sin embargo, ha permanecido en su alcoba, más postrada y desfallecida que nunca. Luego, al tender su triste manto la noche, el venerable capellán y toda la servidumbre se reúnen para rezar por el malogrado caballero, en el mismo recinto en que lo esperaron largas horas inútilmente; en el mismo en que vieron aparecer sola a la afligida hermana, nuncio fatal de la horrorosa desgracia. 

Los fieles servidores hacen llorando triste conmemoración de aquel momento supremo, cuando de repente se abre con estrépito la puerta del aposento de María, y ella se precipita en la sala, pálida, trémula, despavorida, como un año antes, en aquella misma hora. 

No anuncia esta vez una muerte; pero pide auxilio contra un alucinamiento pavoroso. La insensata se cree perseguida por aquel mismo que dejó de existir en tal noche como ésta. 

— ¿No le veis? ¿No le veis? grita desatentada.

— Se ha levantado sangriento del fondo del abismo, y corre cabalgando en su corcel negro, cuyo pecho atraviesa de parte a parte el agudo venablo. Sin embargo, el golpe fue certero; yo le vi rodar con el jinete, y oí aquel grito, que retumbó largamente en las negras entrañas del precipicio. ¿Qué me quiere, pues, ese fantasma? ¿Cómo vuelve a saltar aquella sangre odiada, para salpicar mi frente, caliente y espumosa todavía? ¡Miradlo! El corcel maldito se viene sobre mí el sangriento jinete tiende los brazos para asirme y llevarme consigo a su tenebrosa tumba.

 — ¡No! ¡No! ¡No! 

Gritando así se lanza la Urraca fuera de las puertas del castillo, y apenas puede seguirla en su delirante carrera la aterrorizada servidumbre. La tempestad bramaba como en la horrenda noche de la catástrofe; el cielo se deshacía en centellas; pero ella corría sin cesar, corría huyendo del jinete sangriento, cuyo corcel negro, traspasado por un venablo, corría también, persiguiéndola. 

¡Ah! la desventurada, en su locura y en medio de la lobreguez, no sabe qué camino sigue; mas de repente se para, lanzando un grito, que retumba pavoroso. Lo han devuelto los ecos del abismo, a cuyo borde se halla, como empujada — a pesar suyo — por invisible mano. 

- ¡Aquí fue! — exclama entonces con el cabello erizado sobre la lívida frente, que ilumina un relámpago. 

En el mismo instante parece que el fantástico caballo lanza sobre ella al jinete amenazador, y la pobre María, cuya enajenación mental llega al último extremo, se arroja — por librarse de él — al fondo del precipicio. 

A la mañana siguiente, a la misma hora en que fue sacado de la negra sima, hecho pedazos, el cadáver de D. Pedro, fue sacado también el de su hermana, no menos sangriento y desfigurado; pero el pueblo se amotinó para pedir que no descansasen en una misma tumba. Veía, con su maravilloso instinto, la justicia del cielo, en un suceso en que todavía los nobles amigos de la Urraca sólo querían reconocer el efecto casual de lastimosa locura.

La tenaz resistencia que se intentó oponer a la pública opinión no sirvió más que para exaltar los ánimos, y la cólera popular demolió furiosamente el castillo, sin dejar piedra sobre piedra. 

Desde entonces la peña que corona el monte Echaguen — en que aquél existió — fue llamada Amboto, que significa — traducido literalmente — allí arrojar; porque en el vascuence casi no se conoce de los verbos sino el infinitivo. Atendiendo a ello, la palabra Amboto tiene su verdadera versión en la frase: — de allí fue arrojada. Desde entonces, añade también la tradición, el alma de la fratricida vaga errante por las hondas entrañas del abismo, saliendo sólo para anunciar desastres. 

Los días en que la cumbre de la montaña aparece envuelta en densos nubarrones, los pastores retiran sus rebaños, los labriegos se acogen al caserío abandonando las campestres faenas, y los marineros se guardan bien de dejar el puerto para confiarse a las olas porque es fama que por tales signos se conoce que la dama de Amboto se ha escapado de su tumba y anda por ahí, presagiando desgracias.
FIN DE LA DAMA DE AMBOTO (Tradición Vasca)

Gertrudis Gomez de Avellaneda"



(1) LA ESFERICIDAD DEL PAPEL: GERTRUDIS GOMEZ DE AVELLANEDA, LA CONDESA DE MERLIN, Y LA LITERATURA DE VIAJES (Raul Llanes. Miami University. Oxford-Ohio)

(2) LOS RELATOS DE VIAJE DE GERTRUDIS GÓMEZ DE
AVELLANEDA (Ángeles Ezama Gil. Universidad de Zaragoza)
 


Gehiago Gertrudis Gomez de Avellaneda eta Santa Agedari buruz

  Argazkiak: JMVM